
El ambiente se caldea. Se cruzan más y más insultos fuera de contexto ¡el estrés es un gran mal! Ahora los bebés se lanzan contra los adultos propinándoles puntapiés en las espinillas; en cambio, los mayores les responden con “collejas y pampirotes”. Yo, tú, él, ella, nosotros, vosotros y ellos. ¡Ah! Falta “eso”, de objeto y cosa. Eso es. Ahí está. Eso es un Pleno.
“Eso” ocurre cuando uno se intoxica de prepotencia cívica, efecto de una contaminación de poder. “Eso” es hacer política por políticos que muchas veces anteponen sus propios intereses a los del municipio. El juego consiste básicamente en colgarse medallas lo más rápido posible, elevarlas al elenco curricular y ponerles la zancadilla a los oponentes. Es una lucha constante, con tensiones constantes en cuyo enfrentamiento se difumina la línea del razonamiento, olvidándose de que, quizá, si se derribaran las barreras personalistas y hubiese una mayor colaboración, muchas cosas cambiarían en el municipio. Muchísimas. Pero, por supuesto, la bandera es la bandera y hay que defenderlas a “jierro” y fuego. Solo que al final, cuando se acercan las elecciones, entre pactos subterráneos y alianzas telepáticas, el que antes era “enemigo” ahora se convierte en amigo y ¿Cómo no? tiene una banqueta reservada en la pandilla (en la barra del bar Toto) para confabular contra sus antiguos camaradas entre cerveza y cerveza… Y vuelta a empezar.