tratado sobre política



Se que lo que voy a decir a continuación va a hacer rechinar los dientes de muchos lectores. Pero ya estoy harto de tanta mediocridad. Incluso si me traicionara a mi mismo, no dejaría de expresarme con estos términos. Por eso quiero revelar hoy, ante los ojos de aquellos despistados, lo que se esconde detrás del telón de la política local: es la historia de un eterno desencanto hacia una “clase política” cada vez más desacreditada.

Los ciudadanos, embelesados tanto tiempo por los deleites engañosos del capitalismo y la sociedad del bienestar, se preguntan ahora qué fórmulas alternativas podrían haber para volver a creer en los valores democráticos que antaño personificaban la igualdad y la justicia, cuando innumerables juicios por fraude e ilegalidades urbanísticas están siendo tratados en los tribunales españoles.

A veces me pregunto cómo me sentiría al sentarme en el despacho de una alcaldía, o qué haría si tuviera en mis manos la responsabilidad de gobernar un municipio. ¿Los políticos actúan únicamente por idiosincrasia partidista, por las ansias de poder o por los numerarios?

Quizá no haya una única respuesta a tales elucubraciones. Sin embargo, sí existe una suerte de características innatas en relación a la política local de cada municipio. Cuando se es nombrado concejal, se asegura un buen sueldo con el que aumentar el estatus, el poder adquisitivo y, en un futuro próximo, obtener una excelente paga de jubilación. En otras palabras, la política se ha convertido en un “oficio” como otro cualquiera al que se aspira por intereses económicos.

Entonces, ¿los políticos piensan en los ciudadanos o en ellos mismos?

Posiblemente lo uno y lo otro a la vez. 

Sin embargo, cuando hablamos del contexto político español deberíamos aludir a los viejos engranajes que hemos heredado. El problema se encuentra anclado muy atrás, en el período del Absolutismo, cuando el rey nombrara a dedo los miembros del Concejo y los candidatos a carteras buscaban en la corte algún contacto influyente que les recomendara. En estos tiempos los Concejos estaban formados por dirigentes que solían regentar el poder durante media vida, por no decir menor.

Este sistema aún perdura en la actualidad, de otra forma distinta. Para empezar, voy a emplear un término nuevo: “Neocaciquismo”. Neocaciquismo es igual a "nepotismo", “enchufismo” o política de “barrigas contentas”. El neocaciquismo es una forma de hacer política municipal a partir de lazos clientelares y, por supuesto, de una compleja cadena de favores. A la cabeza siempre está el "político de turno", quien pretende alcanzar una concejalía o la alcaldía, 

Cuando se acercan las elecciones municipales, las sedes de los partidos políticos se llenan de "aspirantes". Todos ellos quieren arrimar el hombro ofreciendo sus servicios: Pegar carteles por las calles, acudir a los mítines, hacer campaña en el vecindario, arreglar la sede del partido de forma gratuita, y un largo etcétera. De este modo, se convierten, mediantes tales servicios, en meros vasallos del lider o candidato a la alcaldía. Es indudable que gracias a estos votos el político de turno podría alcanzar el poder. 

Y ahora viene la parte más importante: a cambio de los votos, el político de turno otorga a sus vasallos puestos de trabajo y, por consiguiente, “barrigas contentas”. 

En detalle, un puesto de trabajo equivale a una o media docena de votos, en función de la familia del votante y del grado de clientela que tenga éste con el político. ¿Dónde platan la semilla del patrocinio? En las mismas concejalías y empresas privadas de subcontrata: Urbanismo, Infraestructura, Ordenanzas, Aqualia, Emvipsa, Save, etc. Una vez obtenido el poder, el político de turno enchufará a sus clientelas en las mencionadas áreas, devolviéndoles el favor; primero, por el apoyo incondicional que tuvieron durante la campaña electoral y, segundo, por el voto.

El votante o militante es así. Una conciencia vacía; un vaso rebosante de mezquindad. No hay ideales donde haya codicia.

Los clientes también son enchufados mediante bolsas de trabajo creadas intencionadamente para la ocasión y con exámenes amañados. Primero suelen acceder como interinos, luego, con el tiempo, los hacen fijo.

Otra lacra en el sistema local es el nombramiento de “cargos de confianza”. Supone otra forma de “enchufismo”, pero más limitado (y costoso). Elegidos personalmente por los concejales en el poder, desempeñan actividades administrativas y burocráticas solapándose con las tareas de los funcionarios comunes. También trabajan como secretarios particulares: Organizan la agenda del político, gestionan papeles y les informan de los últimos acontecimientos. Cobran igual, o más, que un funcionario ordinario y, normalmente, son amigos, allegados o adeudados del político en cuestión, cuya formación académica, en ocasiones, deja mucho que desear. Es más, los que quieran hacer carrera política tendrán que obtener, primero, un cargo de confianza y desde aquí remontar en la escala interna.

Finalmente, este sistema emponzoñado llega a ser tan dañino que, cuando se produce un cambio en el gobierno, y los “nuevos inquilinos” toman los asientos de la alcaldía, comienzan a ejercer una política vengativa de depuración de cargos, con la única finalidad de dejar vacantes libres para enchufar a sus militantes.

Lo verdaderamente sorprendente es que llevamos emponzoñados tanto tiempo que nos resulta difícil vislumbrar una política diferente, porque este sistema se ha convertido en un hecho consuetudinario para la conciencia ciudadana, porque, seguramente, la respuesta común sea que “esto siempre ha sido así, aquí y en Pekín”. Esto no es cierto. En muchos países con una tradición democrática más antigua miden a la gente por el mérito personal, por su capacidad y valía. Aquí hemos hecho de la política una gigantesca teta de la que maman miles y miles de bocas sin escatimar en si son competentes o aptos para el sistema. Así que, en cuanto los políticos llegan al poder, se agarran al asiento hasta que se quedan sin uñas, sin yemas de los dedos, hasta que se hacen viejos gruñones; ya que tienen que mamar y mamar, chupar y chupar.

No existe regeneración política en los municipios. No existe un sistema que refrigere los engranajes del motor. No lo habrá hasta que dejemos de pensar en nosotros mismos, hasta que nos preocupemos por las auténticas necesidades de la ciudadanía.

Vivimos tiempos extraños, muy extraños. Ya es hora de decir la verdad, para bien o para mal. Ya es hora de que la gente se quite las máscaras. Si no lo hacemos ahora, jamás seremos capaces de comprender, ni mucho menos cambiar el sistema.