Eres veleta sacudida por tempestades bravuconas. La brisa que mece la copa de los álamos en una mañana soleada. El sabio que dedica su efímera existencia al desciframiento de la verdad suprema. Partes las reglas por la mitad para tu propio inconformismo, como si ningún sabor conocido te complaciera; el sabor de la libertad desatada que nunca quiere mostrar su rostro impávido. Y mientras huracanes te zarandean entre los cuatro puntos cardinales, cual pétalo de azahar en abril, sigues pensando que ésta es la mejor forma de resollar placentero, como vivir vivamente. Unos nacen, otros mueren. Pero sabes de antemano que muchos han nacido muertos. Tú no. Eres crisol de vida inquieta, metal incorruptible… la fuerza motriz de mi existencia.