En la quietud de la noche soy un gato callejero rebuscando en los contenedores de la vida.
Maullando por los recuerdos de antaño; soñando con los momentos que le hicieron vibrar de alegría, un gato callejero conoce todos los contenedores de la ciudad, y todos los caminos que los unen. Huele el aroma de la libertad, pese a que los fantasmas del pasado se le aparezcan zancadilleando su paso taimado; porque ellos quieren que vuelva a la morada de la que se escapó.
Un gato callejero no tiene amo. No pertenece a ningún lugar. Desde que decidió escaparse y salir al exterior, el mundo ha dejado de girar en una sola dirección, ha dejado de funcionar con un solo reloj y, por fin, se siente que pertenece a la manada de la calle.
Sin embargo nada volverá a ser lo mismo; ni la amistad imperecedera con sus antiguos compañeros, ni los rincones de antaño donde solía regocijarse en su propia ignorancia, ni el cariño de los amos que tantas veces quisiéronle poner los grilletes. Ha dejado atrás un mundo caduco, estancado, insípido y rutinario; y ahora está atravesando maravillosos callejones de asfalto, acogedoras casas abandonadas o atractivas alcantarillas, forjando su propio destino a base de descubrimientos, tropiezos, éxito y fracasos. ¿Quién dijo que la vida era fácil para un gato? Pero él, camina que te camina, y no ceja en su empeño.
A veces, mientra lame los restos de atún de una lata, alza la vista al cielo y a través de su tapetum lucidum observa figuras que le resultan familiares, imágenes de una cesta, un hogar de paredes blancas, unos amos bondadosos o unos sabores que nunca podrá olvidar.
Entonces le maúlla a la luna. Al mismo tiempo otros gatos como él, en la distancia de la noche, le contestan con los mismos suspiros de melancolía.
Entonces le maúlla a la luna. Al mismo tiempo otros gatos como él, en la distancia de la noche, le contestan con los mismos suspiros de melancolía.
Así me siento por las noches... como un gato callejero rebuscando en los contenedores de la vida.