¿En qué te has
convertido, España doliente?
¿Qué ha ocurrido con tu
sonrisa de jazmines blancos y claveles rojos?
A veces te añoro y a
veces te maldigo al mismo tiempo;
Añoro tus ardientes
campos, el olor a marisma de tus espumosas playas y el gastado aliento de tus
montañas;
Pero también maldigo tu
desahuciada gallardía, desgastada por siglos de guerra, pobreza e ignorancia,
Sangre y sudor corren
por tus arrugadas manos de jornalero; miedo y traición anidan en tu alma
cainita; el exilio les espera, a tus ilustres hijos del mañana.
Eres el sueño frustrado
de tu savia cultural, de aquéllos que creyeron en ti y acabaron desencantados; Eres el desgarrador “me
duele” de Miguel de Unamuno, el explícito “duelo a garrotazos” de Francisco de
Goya, el amargo poema “La España de charanda y pandereta, cerrado y sacristía”
de Antonio Machado, el confuso “laberinto español” de María Zambrano, el pícaro
del Lazarillo de Tormes o el supersticioso beato de Blanco White.
Eres ingobernable,
inexpugnable, incalificable. Ni siquiera los mejores caballeros y
revolucionarios que nacieron bajo tu sol pudieron arrancar la postilla
endurecida que tapona tu ancestral herida, esa herida incurable y crónica que
padeces.
Te amo y te odio; te
alabo y te aborrezco;
Y en la inmensidad de la
noche, en las lejanas fronteras del Katmandú, una lágrima cae desde el cielo…
es el llanto por una tierra que quiere ser recordada.