La situación entre Haití y
República Dominicana se recrudece. Algunos lo llaman "problema de inmigración", otros, sin embargo, son más cínicos
y lo llaman "invasión silenciosa".
Desde Haití, un país devastado por
el terremoto de 2010, sin apenas
recursos, se origina un flujo de inmigración no controlada hacia la vecina
República Dominicana, cuya cifra se han triplicado en los últimos años.
Pero, ¿qué sabemos, nosotros los
españoles, sobre este particular? ¿Se trata de una simple cuestión migratoria o
de un problema más complejo?
La isla de Santo Domingo fue colonia española hasta finales del siglo XVI, cuando fue abandonada por
sus autoridades, más bien por el poco interés que tenían sobre esta tierra que
por otro factor. En adelante, se convirtió en un territorio ingobernable y
caótico, dominado por los piratas durante más de 50 años. Entre 1795 y 1822, en la última fase de la Primera Revolución Industrial, la
isla será motivo de interés para la explotación de la caña de azúcar, siendo
conquistada y reconquistada por las potencias españolas, inglesas o francesas varias
veces. Durante estas fechas se produce un suceso trascendental para la historia
del Caribe y, quizás, del mundo. Estando la isla bajo el poder francés, se
produce la primera revuelta de esclavos de origen africano que concluyó con la
creación del Estado Independiente del
Haití Español, la primera nación independiente gobernada por negros. No
obstante, los intereses económicos sobre la isla hicieron que durante varias
décadas sus habitantes viviesen episodios sangrientos, consecuencia de guerras,
luchas intestinas y enfrentamientos étnicos y raciales. A partir de 1822 la isla estuvo unificada bajo un
mismo gobierno, pero las convulsiones políticas, auspiciadas por los españoles,
provocaron la independencia del lado oriental de la ínsula y la formación de la
República Dominicana en 1843.
Haití y República
Dominicana comenzaron sus historias por separado en esta fecha; unas
historias marcadas por la suspicacia racial.
Básicamente ocurrió lo siguiente:
en la zona de Haití permaneció la mayoría negra francófona de origen africana, y en la zona dominicana quedó una
mayoría de mulatos y, sobre todo, de criollos pro-hispanos que llegaron a convertirse en la élite dominante. Actualmente
el 95% de la población haitiana es
de origen africana; mientras que en el territorio dominicano más de 50% son mulatos, el 27% son blancos y sólo el 12% son negros.
Ahora nos redirigimos al
presente. Las relaciones políticas entre ambos países cambiaron drásticamente
tras el terremoto del 2010 que arrasó Haití, dejando a la totalidad de la
población en la miseria. Los haitianos, teniendo como única vía de escape la
frontera dominicana, emigran al lado oriental de la isla en busca de trabajo.
La situación se desborda con el paso del tiempo y la frontera, sin supervisión
desde siempre, llega a ser una de las principales preocupaciones del gobierno
dominicano, quienes se ven incapaces de poner freno al trasiego de personas de
un lugar a otro.
El 25 de septiembre de 2013, el
gobierno dominicano, ante el creciente flujo migratorio, promulga una polémica ley
en la cual establece que los hijos de todos los extranjeros en tránsito nacidos
en ese país después de 1929 no son
dominicanos. Esto significa que 458.000
inmigrantes podrían perder la nacionalidad (incluso aquellos que estuviesen
asentados en el registro civil y que son, en realidad, dominicanos de segunda,
tercera o cuarta generación) y, además, podrían ser deportados a Haití sin
contemplaciones.
Esta sentencia fue duramente
criticada por intelectuales como Mark
Kurlansky, Julia Álvarez, Edwidge Danticat, Junot Díaz, el Nobel de literatura Mario Vargas Llosa e instituciones como la Comunidad del Caribe (CARICOM), los cuales consideran que la
sentencia atenta contras la Declaración de
los Derechos Humanos. España,
por el contrario, se manifestó a favor de la ley y respetó la decisión tomada
por ser una medida que regularizaría el problema de la inmigración.
Acto seguido, el estado
dominicano da inicio al Plan nacional de
Regularización de Extranjeros que cerrará su ciclo el próximo 16 de junio de 2015, fecha
tras la cual comenzarán las deportaciones.
Un año y medio después de la controvertida
ley la xenofobia ha crecido en la
República Dominicana de forma exponencial. Para empezar, existe una “depuración” racial de índole
administrativa, al estilo de los estatutos
de limpieza de sangre de los siglos XVI
y XVII en España, cuyos solicitantes
deben demostrar su no-procedencia haitiana o sus raíces dominicanas para seguir
conservado la nacionalidad. Además, para una gran mayoría de dominicanos,
patriotas y fanáticos, la palabra “haitiano/na”
ha adquirido un matiz negativo y peyorativo, siendo casi un insulto.
Hasta la fecha se han sucedido
numerosos episodios racistas, a veces sangrientos, bajo el estandarte de la “dominicanidad”,
de corte nacionalista. Quieren expulsar a los haitianos, pese a que muchos de
ellos son plenamente dominicanos y se sienten como tal. El dominicano piensa,
incluso, que el gobierno debería construir una muralla fronteriza de 300 kilómetros que los separe de Haití,
porque así controlarían la entrada de inmigrantes, que vienen importando “enfermedades” como el cólera, “drogas”, “delincuencia” y, palabra que se repite bastante, “suciedad”, según la opinión de muchos
ciudadanos dominicanos. Todas estas expresiones son fruto de la ignorancia
o el fanatismo que rodea a una sociedad donde los índices de analfabetismos y
la violencia son muy elevados.
Por lo tanto, el problema no
es tan sólo política, sino va mucho más lejos: la construcción ideológica anti-haitiana (a manos de políticos,
periódicos y televisiones) separa a los haitianos (negros, que practican el vudú, vagos y delincuentes) de los
dominicanos (blancos, católicos y
honrados), mediante una cosmovisión arcaica de la sociedad heredada de
la influencia hispana. Por lo tanto, lo que aparenta ser una corriente nacionalista,
al final acaba por convertirse en una corriente xenófoba, cuyos rasgos se han repetido
en la historia dominicana, cuyo mensaje se ha transmitida sin excepciones a las
generaciones del presente: ser blanco es igual a ser un privilegiado; ser
mulato es igual a tener ciertos privilegios, pero no todos; mientras que ser
negro equivale al rechazo y a la exclusión social. A esto tendríamos que sumar
la fuerte diferencia social existente en el país, siendo los blancos y mulatos
los que viven en condiciones mejores, mientras que la mayoría de los negros
viven en condiciones deplorables.
¿Soluciones? Es difícil predecir
una salida a la crisis actual. Sin duda, hay factores estructurales vienen
arrastrándose desde mucho tiempo. Para empezar, la negligencia política de la
República Dominicana, con la carencia total de leyes que regularicen a los
haitianos, que desde lustros vienen entrando en el país de forma irregular, ha
favorecido a los empresarios dominicanos con la contratación ilegal de inmigrantes,
sobre todo en las plantaciones de arroz, caña de azúcar o en la construcción, por
ejemplo, con un sueldo escaso, sin garantías laborales y vejaciones de todo
tipo.
También, con la implementación de
la nueva ley, el asunto va a ser solventado de manera rápida y arbitraria, y
muchos ya han supuesto que una deportación masiva de este tipo se asemejaría
a los promovidos por los nazis contra los judíos en los años cuarenta.
Podríamos decir que uno de los
principales desencadenantes de la crisis fue el terremoto de 2010, tras lo cual
se triplicó el número de inmigrante en suelo dominicano, ya que los vecinos del Oeste veían a sus vecinos del Este como una válvula de escape frente a la
situación precaria en que vivían. Esta cuestión debió de ser tratada por los
organismos internacionales pero, después del terremoto, nadie prestó
interés por Haití, “la gran olvidada”,
y no es justo culpar a los haitianos de un fenómeno migratorio que sucede en
todo el mundo y cuyo motor principal es la pobreza.
Sin duda, todos somos cómplices
de esta situación, mientras las potencias internacionales se queden de brazos
cruzados, no habrá una solución. En este mundo globalizado las presiones diplomáticas
o la intervención de fuerzas militares tienen una clara intencionalidad
económica: la obtención de los recursos de la tierra. Ahora bien, si estallase
un conflicto civil en la isla y la sangre se derramara por doquier, todos los
gobiernos occidentales del mundo se echarían la mano a la cabeza y exclamaría:
-¡Qué barbaridad!-, pero nadie hizo nada en su momento, aun viendo con claridad
la escala de violencia que se está desarrollando.
Para finalizar, nos deberíamos
hacer la siguiente pregunta: ¿Por qué no intervienen nuestros países en la crisis
Haitiana? Francamente porque en la isla no hay petróleo, gas o minerales… Ésta
es la hipocresía del mundo occidental.