Reencuentro en los cielos

Le prometí que volvería tan pronto como me fuera posible; cuando los jazmines florecieran y las alondras batieran sus alas bajo el dorado crepúsculo. Le dije que el tiempo pasaría rápido, así que ella fue contando los días, las semanas y los meses con paciencia virtuosa. Cada semana me llamaba una o dos veces; conversábamos sobre cuestiones que nos herían y, finalmente, siempre acababa rogándome, entre amargos sollozos, que regresara. Perfectamente consciente de la situación, yo trataba de explicarle que no se preocupara porque las cosas me iban bastante bien, forjando, como así estaba haciendo, un nuevo destino lejos del hogar, en tierras extrañas habitadas por hombres y mujeres de escarcha. No obstante, ella no quería comprenderlo, ilusionada con que las cosas volvieran a ser como antes.

Ella estaba muy enferma. Llevaba muchos años luchando contra lo irremediable; observaba con pavor cómo la sombra de la muerte la rodeaban y la hacía bailar hasta la extenuación. Yo sabía que en cualquier momento ella bailaría un último vals con la muerte y ésta se la llevaría definitivamente. Por el contrario, nunca hubiera imaginado que ocurriera tan pronto. Yo, al igual que ella, tenía esperanza de reencontrarnos; entonces, tañería mi guitarra con canciones que ella siempre habría querido escuchar.

Sin embargo, su tiempo se acabó y ella se fue poco antes de que florecieran los jazmines y las alondras inundaran el cielo dorado.

Recuerdo el día que ella murió. Me encontraba silbado con mi guitarra en una calle de rosas negras, cuando de repente sentí un dardo de hielo atravesándome el corazón. Pensé, por un instante, que estaba al borde de contraer algún tipo de catarro, así que decidí irme a casa. Nada más cruzar el umbral de la puerta recibí la llamada telefónica de mi hermano. Entonces, las luces se apagaron a mi alrededor mientras me derrumbé sobre una silla. Han pasado dos años desde aquello y todavía lo recuerdo como si fuera ayer.  

Anoche, en sueños, regresé a la casa del sur y me reencontré con ella. Llorando como una Magdalena, la envolví con mis brazos y aquel abrazo fue tan real que me inspiró a escribir estas líneas. 

Anoche, en sueños, cerré un ciclo de mi vida; anoche por fin pude reencontrarme con ella, en los cielos oníricos de las profundidades del alma, y darle el abrazo que no pude darle. 

Anoche, en mis sueños, le di el último adiós a la que fue la persona más importante de mi vida: Mi madre.