Escenas de Vélez-Málaga

Es el atardecer una orgía de fuego, una impresionante puesta en escena de la naturaleza que dejaría sin resuello al más impasible de los humanos. A quienes nunca han visualizado un espectáculo como éste, podría antojárseles, en suma, la obra más perfecta, mejor elaborada, cuyos colores han servido de inspiración a los mejores pintores de la historia, quienes han sumergido sus pinceles en extraordinarias atmósferas propias de dioses, leyendas y mitologías diversas. 

Cuando el sol alcanza el horizonte, su lengua acaricia los tejados de las centenarias iglesias, bajo cuyas tejas anidan los vencejos, los cuales, atraídos por el aliento cálido y primaveral del atardecer, se lanzan al cielo con hermoso piar. Durante este sagrado momento las horas, minutos y segundos parecen detenerse en la plaza. Allá hay una pareja de ancianos que ha interrumpido su plática y, observando a los juguetones apodiformes con mueca de melancolía, se arrastran por las postrimerías de la juventud, si acaso pudieran dar marcha atrás en el tiempo. Un poco más allá, varios niños agitan sus brazos en actitud alada, soñando con ser pájaros y surcar el aire. Y un poco más lejos, en un edificio cercano, una mujer abre el balcón de su casa, bañado su rostro por un torrente de luz carmesí, naranja, roja y amarilla. 

Y, sin embargo, con cada atardecer muere una parte de nosotros, se estremece algo en nuestras entrañas, lo eterno se transforma en ceniza. No sabemos porqué nos afecta. Algo se nos tatúa en el alma y ya nunca más podemos borrarlo. 

Es el atardecer en Vélez-Málaga una orgía de fuego, una impresionante puesta en escena de la naturaleza que dejaría sin resuello al más impasible de los humanos.