Soy feminista. Soy hombre y feminista. Me enorgullezco de serlo. Puede usted mofarse, si le place, no me importa. Se lo volveré a afirmar una y otra vez. Y a los que se jactan de su masculinidad, a los que vierten sus odios sobre la mujer por una mera cuestión de complejidad, a los que creen en los sermones misóginos y homofóbicos de la Iglesia, a los que crecieron con el juramento de que 'los niños no lloran'; a toda esa caterva de idiotas que se niega a repara en las 822 mujeres asesinadas en los últimos diez años en España, les expondré mis razones.
Soy hombre y feminista, y ante todo, creo que en los tiempos que vivimos todos los varones debemos ser feministas. ¿Por qué? Porque todos vinimos de una madre, de los ovarios de una madre, la cual ha sido infravalorada desde tiempos inmemoriales. No sabemos cuándo comenzó este 'precepto'. Quizás cuando se institucionalizaron las religiones en la Antigüedad. Durante la era grecorromana la mujer no tenía derecho a participar de la vida política, subyugada únicamente a las tareas del hogar y a la voluntad patricarcal del padre o del marido. Según las epopeyas homéricas, la fémina era 'esposa, reina y ama de casa'; se casaba por acuerdo entre los padres de la pareja entre los 15 y 18 años, corriendo el riesgo de que si no lo hacía entre estas fechas, podía quedar soltera de por vida. Se pensaba en aquel entonces que la mujer era débil y que, a la hora de concebir hijos, era el hombre quien les daba el alma. Las leyes arcaicas no eran menos rigurosas y se les prohibía llevar adornos o vestir ciertos trajes que puedieran provocar al hombre. Incluso en la mitología se creía que la mujer, encarnada en Pandora, propagó el dolor y el mal por el mundo, y Aristóteles llegó a decir en una ocasión que la 'hembra es un macho deforme'.
En la Era Cristina tomaron prestados estos rasgos misóginos del mundo romano, potenciándolos aún más, pese a que, según la teóloga feminista Elisabeth Schüssler, cuando nos habla del cristianismo primitivo, las mujeres tuvieron un papel importantísimo en la expansión de esta nueva religión:
'las primeras seguidoras de Jesús eran mujeres galileas liberadas de toda dependencia patriarcal, con autonomía económica, que se identificaban como mujeres en solidaridad con otras mujeres y se reunían para celebrar comidas en común, vivir experiencias de curaciones y reflexionar en grupo.'
No obstante, el patriarcado salió victorioso de nuevo y la mujer fue considerada un sujeto sin valores religiosos y morales, a la que se le negaba el derecho a la libertad, tratada como irresponsable por naturaleza, excluida del espacio sagrado por impura y convertida en objeto de la violencia física, moral, religiosa, cultural, etc. Así llevamos más de 2 mil años asumiendo que estas ideas son ciertas. ¡Vaya desfachatez!
Por eso soy hombre y feminista. Porque entiendo todos los padecimientos que la mujer ha sufrido a lo largo de siglos por haber sido juzgada por la Santa Inquisición como brujas, indecentes, malignas o demoníacas, cuyas ascuas aún humean en pleno siglo XXI en las manos de asesinos. 822 mujeres asesinadas en tan sólo diez años. Cientos de miles en el mundo. Cientos de millones a lo largo de la historia.
Por eso soy feminista, ¿qué puedo ser sino, habiendo tenido una madre que fue una esclava del hogar, que la apartaron del colegio por ser mujer con tan solo 8 años, que careció de oportunidades laborales, que sufrió la violencia física de una sociedad patriarcal y que, pese a todo, dio a sus hijos un amor incondicional?... por eso soy feminista, y ¡viva el feminismo!