La comarca de la Axarquía guarda en los anaqueles de su memoria incontables
leyendas sobre serpientes, víboras y culebras. Estos ofidios han habitado la
tierra mucho antes de la aparición del ser humano, cuya relación entre
ambos ha sido siempre variada, muy vinculado a la cosmogonía mística y
religiosa de cada período histórico. Por ejemplo, durante el megalitismo (V milenio
a. C.) imágenes de serpientes decoraban las tumbas, siendo esculpidas en las
paredes de los dólmenes y menhires, y asociadas a temas solares. Antes de la
romanización, las culturas celtíberas relacionaban a las serpientes con
deidades, decorando fíbulas y asas de calderos a modo de amuletos protectores. No
hay que olvidar el medallón de Trayamar (siglo VII a. C. Vélez-Málaga), de influencia
egipcia, en el que aparecen dos serpientes sagradas ‘Uraeus’. Durante la romanización, estos animales estaban vinculados
con la sanación, las profecías, el ultramundo o los cultos de Mitra.
Hay, sin embargo, un punto de inflexión con la expansión del cristianismo
en el siglo IV. Los ofidios son tratados como la representación del mal, el
diablo que tentó a Adán y Eva para que comieran la fruta del árbol del
Conocimiento del Bien y del Mal, tras lo cual fueron expulsados del jardín del
Edén (por este motivo, quizás, son una de las especies más aborrecidas). En este contexto se encuentra la leyenda recopilada por Diego
Vázquez Otero en su libro ‘tradiciones
malagueñas’, en donde nos narra la maldición que cayó sobre la aldea de
Zalia. Basándose en el pasaje bíblico de Moisés, Zalia era un poblado poco
interesado en aceptar la nueva doctrina cristiana, así que Dios castigó a sus
vecinos con una plaga de víboras portadoras de un veneno letal, cuyas
mordeduras acabaron diezmando la población hasta conseguir que se despoblara.
Existen otras leyendas que proceden de la tradición oral, pasadas de
generación a generación entre los campesinos de la Axarquía, quienes han
presenciado fenómenos extraños de la naturaleza, una naturaleza viva,
transmutable y cubil de mitos. Se habla del avistamiento de serpientes muy
viejas, de cuyo lomo crecían largas cerdas como las de un jabalí, y que, cuando
se veían en peligro, se alzaban del suelo alcanzando el tamaño humano.
Sin embargo, la leyenda más interesante es la que a continuación mostramos. En
otros tiempos, las mujeres lactantes iban a las faenas agrícolas con sus hijos
recién nacidos, a quienes colgaban en improvisadas cunas bajo la refrescante sombra
de algún olivo centenario. Al llegar la hora del almuerzo, la puérpera se
sentaba para amamantar a su vástago y, en ocasiones, se quedaba dormida. Dice
la tradición que la serpiente, atraída por el aroma de la leche y haciendo uso
de un sigilo insuperable, se acercaba a ambos, comenzaba a mamar del pezón de
la mujer y, para callar el llanto del bebé, le ponía la punta de su cola en la
boca como si fuera un chupete. Se cuenta que ese bebé, una vez convertido en
adulto, tenía el poder de encantar a las serpientes, paralizándolas con solo mirarlas.
Estas historias no son más que leyendas. La serpiente no puede beber leche y
no tienen pelo en absoluto. Está científicamente comprobado. De hecho, se
alimenta tragándose a sus víctimas enteras, sin masticar. Nunca chupan porque sencillamente
el diseño de sus mandíbulas les impide hacerlo. Además, no son mamíferos sino
reptiles, por lo cual su organismo no posee enzimas para asimilar la leche. Y
con respecto al veneno, no hay ningún reptil en la Axarquía tan mortífero que provoque
la muerte. Los mitos y leyendas alrededor de las serpientes han sido propagadas
por la idea cristiana de símbolo del mal. Es por este motivo que, durante
siglos, han sido duramente tratadas, odiadas y casi exterminadas. Por otro
lado, su relación con la mujer posiblemente se arraigue en la estructura
patriarcal cristiana, pues ambos son símbolos del pecado.