Adopción transracial y transnacional


Gracias a mi estimada amiga Anne Cath, activista antirracista política, he abierto una puerta al conocimiento de “la adopción transracial transnacional” por familias europeas. Es un tema poco conocido y presenta claras características coloniales y de poder eje Norte-Sur. La primera interrogación que nos surge es, ¿por qué una pareja de Europa adoptaría un niño o una niña de otro continente, cultura y color? ¿Acaso no hay instituciones gubernamentales aquí donde se permita adoptar?

La respuesta a estas dos cuestiones es afirmativa. Cada comunidad autonómica posee un organismo de regulación que permite a las familias que no pueden tener bebés adoptar uno. Sin embargo, el entramado burocrático es tan enrevesado y complejo que acaba la mayor parte del tiempo en desánimo. Según Benedicto García, coordinador general de la Federación de Asociaciones de Adopciones en España, en el 2018 hubo 5.000 padres esperando para adoptar a un menor. Estas personas tienen que esperar una media de 6 a 8 años hasta poder tenerlos. Además, se les requiere de una suerte de condiciones, como por ejemplo no ser mayor de 40 años o pasar por un período de formación en el que son asistidos por psicólogos, educadores sociales y funcionarios.

Por otro lado, la adopción transnacional es considerada, además de un privilegio blanco, la opción más rápida, resuelta, sin apenas trabas administrativas, aunque no carente de criterios. China es el país emisor con más adopciones por su fluidez y por ser muy económico, pero el índice de niños con enfermedades es elevado y las familias a veces tienen que esperar 10 años para obtener uno. África es el otro contienen con un alto índice de adopciones, pero se da el caso, como el escándalo ocurrido en Etiopía, que existe un tráfico ilegal difícil de controlar. Colombia tiene un puesto destacado en Latinoamérica.

Generalmente estos niños y niñas han nacido en un entorno precario, cuyas madres han dado a sus bebés en adopción como consecuencia de la situación socioeconómica en que viven, embaucadas, asimismo, por la idea de occidente como “ente” dominante. Debido a estos desajustes de poder, los europeos hemos creado el mito de la “buena acción”, la misericordia de salvarles de la pobreza y darles un futuro mejor para demostrar nuestra supremacía en cierto modo. Nada más lejos de la realidad, porque en la mayoría de los casos se obvian los cuantiosos problemas que acarrea la adopción transnacional; en otras palabras, ni Europa ni Occidente está preparada para adoptar niños y niñas racializadxs.

Si la sociedad española todavía no ha superado los prejuicios racistas y xenófobos, ¿cómo vamos a ser capaces de adaptarles a un mundo en el que la “blanquitud” es hegemónica e intolerante con otras culturas? En Estados Unidos, por ejemplo, muchas familias se arrepienten de haber adoptado de países asiáticos o africanos, creándose un mercado ilícito en el que se buscan a quienes puedan tener la custodia del niño o de la niña, pasando de familia en familia hasta que cumplen los 18, momento tras el cual ya tienen que buscarse la vida por sí solos. El trauma por el que tienen que pasar estas personas jóvenes racializadas es terrible, sin olvidar los desajustes emocionales que podrían tener.

Y acabamos este artículo con las palabras de Anne Cath:

Esto es la realidad de hoy en día en la adopción internacional transracial. Gente que no tiene ninguna idea de lo que es el racismo y a cuáles damos bebes para satisfacer el deseo blanco de maternidad y que no sabe lo que implica tener un hijo racializado. Ya es tiempo que estas personas, racializadxs y/o adoptadxs, entren en los procesos de adopción como observadores y consultores sobre la validez de los futuros adoptantes. No hay ningún tipo de filtro que mira si las personas que van a adoptar tienen comportamientos racistas que se podrían revelar tóxicos para los niños”.