El 8 de febrero de 1937 se produce la caída de Vélez-Málaga por las tropas
fascistas. La batalla fue más un desfile que otra cosa, y no se llegó a pegar un solo tiro, pues las milicias
veleñas se vieron incapaz de hacer frente a una situación extremadamente difícil.
La Axarquía estaba defendida de forma natural por las sierras Tejeda y
Almijara, pero aun así existían dos puertos de montaña por donde el enemigo podría
entrar con facilidad. Éstos eran el Puerto de los Alazores y Las Ventas de Zafarraya.
Allá trasladaron a la mayoría de los batallones de milicianos, sin apenas munición
y mal armados. La retaguardia veleña formó el batallón antifascista nº 19, a
cargo de un comandante suizo llamado Alfred Bietenharder Sieber, cuyas filas
estaban formadas por voluntarios sin armas y sin adiestramiento. El cuartel general estaba en la casa de la familia Bascán, en la calle Lope de Vega. Las tareas del batallón consistieron en hacer vigilancia, formación y ejercicios
de marcha.
A principios de 1937 a la Axarquía llegaron miles de desplazados hambrientos
y desesperados que huían de la represión militar de las zonas ocupadas. Eran
naturales de El Salar, Moraleda de Zafayona, Loja, Alhama de Granada y sus
zonas rurales. Nada más llegar, fueron distribuidos por los pueblos. Cualquier espacio
para hospedarlos era permitido: un almacén, una casa abandonada o un molino; o
bien obligaban a los vecinos a acogerlos en sus propias casas. El comité de
refugiados de Vélez-Málaga los alojó en la Iglesia de San Juan, ofreciéndoles
mantas y comida.
El viernes 6 de febrero comenzó la ofensiva final. Se libraron duros
combates en la sierra. Vélez se había preparado para la defensa. En el arroyo
Zamoranos excavaron trincheras (punto estratégico por donde discurría la carretera Torre del Mar-Loja)
y en la vega del río hicieron una pista de aterrizaje donde operó una escuadra
de seis polikarpov rusos al mando de Anton Vikentyevich Kovalevsky (a) Casimiro. Según el historiador veleño Antonio Manuel Peña, la pista se encontraba en el cortijo Concha y los aviadores rusos pernoctaban en un edificio del Paseo Nuevo, dónde está hoy el colegio Eloy Téllez. Ese mismo día los aviones fascistas bombardearon los pueblos
de la comarca. En Vélez se anunciaron los ataques aéreos por medio del
repiqueteo de las campanas de la iglesia de Santa María, las cuales sonaron con
frenesí desde la mañana hasta las 3 de
la tarde. Uno de los cazas rusos fue abatido durante estos enfrentamientos. La población estaba
aterrorizada y los milicianos de retaguardia pululaban por las calles con los
ánimos muy encendidos. Entonces, por la tarde, el frente se rompió.
El mando republicano dió la orden de retirada. Mientras huían, detonaron el Puente
de Don Manuel, lo que suponía retrasar el avance del enemigo al menos durante
12 horas. El sábado 7 de febrero el desorganizado río humano va llegando a Vélez,
formado por miles de vecinos de la Axarquía, refugiados y milicianos sin
control. La ciudad se convirtió en un caos y el Comité de enlace abandonó la ciudad a su suerte. Milicianos
forasteros, muchos de ellos borrachos, empezaron a saquear algunas casas volando
las puertas con dinamita. Numerosos veleños se prepararon para huir, mientras que
unos pocos decidieron quedarse. Al llegar la noche, la ciudad era un desierto.
Sin embargo, a las 5 de la madrugada el teatro Principal convertido en polvorín
fue volado para impedir que las municiones cayeran en manos fascistas. La detonación
que se generó fue tan terrorífica que alertó al resto de la población a poner
pies en polvorosa. Las llamas se estaban expandiendo por las casas de la calle
Luis de Rute; en breve, arrasarían el barrio. Otro suizo de nombre Ernst
Hablützel tomó un racimo de dinamita y los lanzó contra el fuego, provocando
que se extinguiera rápidamente. Este señor había trabajado en la empresa de Eléctrica
de Vélez S. A. (en aquel entonces en manos de la Elektrobank de Zúrich) y
conocía muy bien a los propietarios de las casas del barrio, haciéndoles un
gran favor.
Al día siguiente, domingo 8 de febrero, a las 2 y media de la tarde, varios
tanques orugas italianos penetraron en Vélez, realizando varios disparos al aire.
Poco después, una columna motorizada italiana, tanques y soldados nacionales desfilaron por la calle Coronada rumbo a la plaza de la Constitución. Por el barrio de la Villa descendieron las tropas
regulares de moros que saquearon las viviendas obreras a su paso. Al final del día, la bandera rojigualda ondeó en el balcón del Palacio de Beniel.
El historiador Peña nos ofrece el valioso testimonio de uno de sus familiares:
"Mi familia vivía en la calle Coronada un poco antes de San Juan de Dios. Mi bisabuelo Manolo Méndez Orgaz, que era funcionario de prisiones y había sido hasta mediados de la República, el director de la Cárcel; escuchaba en secreto la radio en la buhardilla de la casa, al general Queipo de Llano y con prismáticos veía las tropas bajar desde el Trapiche hasta la Cruz del Cordero. Desde allí entró la infantería italiana por el Barrio del Pilar hasta la plaza de San Juan de Dios y venían en guerrilla, apostándose en los portales y esquinas por si había resistencia. Mi bisabuelo se asomó al balcón y agitando la gorra empezó a gritar -¡Vía libre, vía libre. Arriba España, viva Italia, arriba España!-. Y ya empezaron los soldados a llegar y entrar en Vélez, desfilando y los vecinos saliendo a recibirlos con júbilo".
El historiador Peña nos ofrece el valioso testimonio de uno de sus familiares:
"Mi familia vivía en la calle Coronada un poco antes de San Juan de Dios. Mi bisabuelo Manolo Méndez Orgaz, que era funcionario de prisiones y había sido hasta mediados de la República, el director de la Cárcel; escuchaba en secreto la radio en la buhardilla de la casa, al general Queipo de Llano y con prismáticos veía las tropas bajar desde el Trapiche hasta la Cruz del Cordero. Desde allí entró la infantería italiana por el Barrio del Pilar hasta la plaza de San Juan de Dios y venían en guerrilla, apostándose en los portales y esquinas por si había resistencia. Mi bisabuelo se asomó al balcón y agitando la gorra empezó a gritar -¡Vía libre, vía libre. Arriba España, viva Italia, arriba España!-. Y ya empezaron los soldados a llegar y entrar en Vélez, desfilando y los vecinos saliendo a recibirlos con júbilo".
Vélez había caído en manos sublevadas, comenzando la mayor pesadilla de la
historia local: los fusilamientos masivos por venganza y para implantar el terror, firmados por el juez militar y veleño Rodrigo Vivar Téllez.