A la sombra del odio

Tiroteó a su madre antes de que él se suicidara, posiblemente porque intentó convencerlo para que se entregara a la policía. Pero Tobias, así se llamaba el asesino, que superaba los cuarenta, estaba envenenado por el racismo y la xenofobia hasta tal punto que planeó un baño de sangre. Unos días previos a la matanza escribió una carta de 24 folios donde explicaba que había ciertos pueblos y razas que debían de ser exterminados de Alemania, y del mundo. En este escrito también hablaba de absurdas teorías conspirativas sobre bases militares estadounidenses subterráneas en las que se maltratan y matan niños y donde se adora al demonio. 

Tobias era una persona conocida en los círculos de la extrema derecha de su país. Le gustaba la caza, sabía disparar y tenía licencia de armas. Seguramente sería un cliente estrella de los clubes de tiro. Además, era de clase media y trabajó como banquero. En una instantánea de un vídeo que colgó en las Redes se pueden observar montones de archivadores en una estantería de una habitación bien ordenada. Tobias era soltero y, según se describe a sí mismo, un "incel" (célibe involuntario). Pese a la intensificación de la supervisión de los grupos ultra-derechistas por parte del gobierno alemán, el asesino pasó absolutamente desapercibido. Esto me recuerda a los atentados yihadistas en Europa. Los políticos aterrorizados extendieron la idea de que cualquier musulmán podría ser un terrorista, lo que conllevó a generar una terrible psicosis que todavía dura. En este caso, como el homicida es blanco y no es musulmán, "no hay porqué alarmarse". 

Tobias cargó su arma, arrancó el motor del coche y comenzó a conducir por las calles de Hanau, cuya población es de 100.000 habitantes. El primer ataque lo perpetró a las 20 de la noche en un "shisha bar", en cuyo establecimiento se encontraban una docena de clientes de procedencia kurda fumando sus pipas perfumadas. El segundo ataque se produjo poco después, en un "Kebap" atestado de musulmanes. Tobias disparó desde el coche y luego emprendió la fuga. Asesinó a 11 personas en total. Todo una proeza sanguinaria. 

Tras este atentado terrorista, Alemania ha quedado conmocionada. Al mismo tiempo, la preocupación del gobierno de Merkel ha aumentado considerablemente, pues en tan sólo unos meses se han cometido varios atentados de igual similitud. 

El tufo a extrema derecha se olisquea en todos lados. Aunque existen multitud de voces que claman frenar esta escala de violencia, casi nadie se ha puesto a analizar cuál es el contexto que estamos viviendo. Existen partidos políticos escudados tras la máscara de la democracia, los cuales están haciendo una guerra invisible para desestabilizar la sociedad a base de patrañas, falsedades y ambigüedades. Hay medios de alto copete que auspician, patrocinan y favorecen el odio entre las líneas de sus ediciones.

Un ejemplo claro de esto lo tenemos en España, en las declaraciones del líder del partido ultra-derechista Vox. Santiago Abascal no condena los ataques terroristas de Hanau, sino que reprocha al vicepresidente del Gobierno Pablo Iglesias que "esa contundencia nunca la vemos ante la tiranía chavista que mata a su pueblo. Ni ante el terrorismo separatista que ha asesinado españoles. Ni ante el terrorismo yihadista que asola Europa". No sólo no condena los ataques, sino que lo da por bueno haciendo una pirueta de moral política y construyendo una idea (totalmente falsa) de su opositor político.

Lo que ha olvidado Abascal, y por eso se lo recuerdo aquí, es que cuando se sucedieron los ataques racistas a los mal llamados "MENAS", no hubo ni una sola declaración de Abascal y sus secuaces condenando los ataques; que cuando hay ataques homófobos en nuestro país, ellos guardan silencio; y que cuando se producen a diario asesinatos de mujeres por violencia machista, ellos no muestran ninguna "contundencia"... ni se ve, ni se oye, ni la respetan.

Cuando en una Democracia no se denuncia el odio y la violencia; cuando ese odio y esa violencia se usa como rédito político, transformándola en armas electoralista; cuando se quiere dividir a la sociedad entre los "legítimos" y los "ilegítimos", banalizando y excluyendo a los segundos: estamos condenados a repetir la historia.