Conflicto Afgano

Después de haber analizado en profundidad el conflicto afgano, he llegado a la conclusión que nosotros los occidentales tenemos un criterio bastante sesgado y generalizado del mismo. Ocurrió igual con la guerra de Siria. Cuando uno consigue por fin plantarse delante del tablero geopolítico de Afganistán, nos damos cuenta de la tremenda complejidad que lo rodea, así como descubrimos la amalgama de actores, internos y externos, operando en este avispero indudablemente difícil de gobernar.

En los Medios europeos, por ejemplo, apenas nos explican cuestiones tan básicas como que Afganistán, en palabras de Noam Chomsky, es un “estado fallido” compuesto por un enorme abanico de grupos etnolingüístico, los cuales han estado peleando entre sí desde tiempos inmemoriales, y a quienes se les ha utilizado con fines de política-económica internacional en diferentes fases de la historia. Tampoco nos cuentan que los talibanes lo integraron los más pobres de la tribu minoritaria pastún y éstos no hablan ni árabe ni persa, sino su propia lengua; que Al-Qaeda y los talibanes rara vez llegaron a aliarse, básicamente porque no se entendían en términos idiomáticos y porque además tenían objetivos políticos diferentes. Casi nadie te explica que este país fue uno de los últimos campos de batalla de la Guerra Fría, donde tanto rusos como americanos engendraron a los “warlords”, los cuales devastaron el país en la peor de sus guerras civiles; que Irán y Pakistán también han contribuido a la retroalimentación de estos monstruos, apoyando a unos u otros no solo por cuestiones territoriales, sino debido a la gran escisión que existe en el mundo islámico entre chiitas y sunitas. Que tras 20 años de presencia militar estadounidense en Afganistán los talibanes nunca fueron vencidos; y que en todo este tiempo los aliados no se concentraron en construir un gobierno y unas fuerzas armadas afganas capaces de salvaguardar el joven régimen.

En definitiva, la repentina retirada de las tropas de Afganistán antes de la fecha prevista, que debería haberse producido el 11 de septiembre de este año, muestra una vez más el fracaso de Occidente en sus estrategias en los tableros geopolíticos internacionales. Lo que sobrevendrá a continuación nadie puede predecirlo, aunque muchos apuntan a que la sociedad afgana sucumbirá de nuevo al radicalismo integrista de los talibanes, con cuyos líderes Washington pactó en Doha el año pasado. En este sentido, no podemos obviar el grado de implicación de los países occidentales en estos procesos; no podemos permitir que hagan y deshagan a su antojo sin pedirles responsabilidades a cambio. Si los talibanes implantan “la sharía” o ley islámica, los derechos humanos fundamentales se vulnerarán y especialmente las mujeres volverán a sufrir el infierno de la prohibiciones y el mal trato. 

¿No va Estados Unidos u Occidente a frenar esto, cuando siempre hemos sido los abanderados de la Democracia en Afganistán y en el mundo?