Entre la generación X y la generación Millennial

Nacemos y luego morimos. Ésta es la cruda realidad. Aquéllos que no son aniquilados en una guerra, devastados por un tsunami o infectados por una pandemia tendrán suerte y podrán contar sus hazañas a las generaciones venideras como testigos vivos de la historia. Pero que una cosa nos quede clara: pese a que la sociedad ha estado cambiando a lo largo de los siglos, la esencia del ser humano ha sido siempre la misma, no importa de dónde vengamos o cuándo hayamos nacido. El campesino del siglo I a. C. pensaría del mismo modo e incluso tendría las mismas inquietudes que el campesino del siglo XX. Lo único que les diferenciaría es el medio donde habitaron, los instrumentos que utilizaron y las indumentarias usadas. O sea, meras cuestiones materiales. Por poner otro ejemplo, un niño de principios del siglo XX jugaría con juguetes de madera, muñecos de porcelana – si éste era de familia pudiente –, o participaría en juegos grupales – si éste era pobre –; mientras que el niño del presente alberga en sus manos toda una suerte de tecnologías tales como el V-tech, los Quadcoptero o las gafas de realidad virtual. Básicamente es el juego y su función pedagógica lo que les une.

En una sociedad profundamente consumista esto ha servido de base para comenzar a etiquetar a las generaciones con un fin puramente comercial. De hecho se dieron cuenta de que era un negocio sumamente rentable, en el que intervenían grandes de la industria de la moda, sellos discográficos, fábricas de autos y empresas gastronómicas. La primera vez que quisieron encasillarnos ocurrió en Estados Unidos con la llamada generación “baby boomer”. Dícese de aquellos jóvenes que surgieron de la explosión de natalidad tras la II Guerra Mundial. En aquellos tiempos las empresas americanas empezaron a expandirse fuera de su territorio. La doctrina Monroe, el Plan Marshall y la Guerra Fría lo avalaban. La economía creció. La televisión llegó a los hogares. Las chicas llevaban la estética pin-up, se vestían como Marilyn Monroe y escuchaban a Wanda Jackson. Los chicos se ponían Levi Strauss, bebían coca-cola, conducían Chevrolet descapotables y llevaban el tupé a lo Elvis. Estos adolescentes más tarde iban a ser protagonistas de la revolución contracultural y el movimiento Hippie, que tanto influyó en el mundo. En España, sin embargo, los “baby boomers” nacieron en plena dictadura franquista y los cambios se produjeron con mayor lentitud. Aunque fueron en cierto modo los testigos activos de las luchas sociales durante la Transición: jóvenes contestatarios y soñadores del cambio.

Después de la generación baby boom vino la generación X, a la cual pertenezco. Somos los hijos de los niños del franquismo, cuya infancia y adolescencia transcurrieron entre los años 80 y 90. Se nos ha llamado habitualmente la generación del “petit suisse”, holgazanes que veíamos la MTV, escuchábamos bandas de grunge o hip-hop y bebíamos litronas de calimotxo en los parques. Conocimos, además, las primeras consolas de video-juegos, la Nintendo y la Sega de 8 bits, el Spectrum o el Amstrad CPC, veíamos los Goonies y Star Wars, jugamos a los juegos de Rol y descubrimos los teléfonos Nokia e Internet. A menudo se nos relaciona con la siguiente generación Millennial por nuestra vinculación con las tecnologías y la Era de las Redes Sociales.

Para terminar, la lista continúa. A la generación Millennial o Y le sigue la Z, y en la actualidad tenemos la Alfa, cuyos bebés han nacido en el siglo XXI. ¿Qué nos diferencia? ¿Por qué tanto interés en catalogarnos? ¿Qué finalidad tiene todo esto? 

En mi humilde opinión todas las generaciones han tenido las mismas motivaciones, han pensado de la misma manera. Son los instrumentos, las motivaciones materiales o las nuevas tecnologías que se nos ha dado lo que nos diversifica. Pensemos en una sociedad ideal capitalista. Los conflictos no existirían (sólo en lejanos países), todos obedeceríamos con intachable civismo las normas y, sobre todo, consumir nos haría extraordinariamente felices. En momentos de crisis, el populacho tendría suficientes distracciones como para quedarse en casa y no salir a protestar. Pero en el caso de que la crisis sea extrema y hubiese algunas protestas descontroladas: entonces nos inventaríamos un enemigo exterior... ¿No os suena esto de algo?