Una obra de arte es un trocito de universo compartido. Es un manantial que crece en nuestro interior, y del que obtenemos estímulos y sensaciones. Una pintura, una escultura o una serigrafía, por ejemplo, nos transporta a un mundo intimista, misterioso, repleto de enigmas que son, a lo sumo, los enigmas de la propia existencia, de uno mismo.
Es de vox populi la idea de que la luz de esta tierra ha hecho que proliferen tanto buenos artistas. Quizás sea también el perfume del mar, de la montaña; quizás sea la historia ininterrumpida de miles de años de civilizaciones y culturas que han pisado nuestra comarca; o quizás sea la sencillez o lo coqueto de sus gentes. Sea lo que fuere, lo cierto es que la Axarquía siempre ha sido y sigue siendo un hervidero de artífices plásticos insuperables. Por este motivo, el pasado jueves decidimos visitar a varios artistas locales con la intención de atravesar la barrera de genialidad que les precede y adentrarnos en el lado más humano de ellos.
En primer lugar, comenzamos visitando a Evaristo Guerra. Nos citó en su estudio de Torre del Mar a las 11 de la mañana. Incumpliendo la impuntualidad mediterránea, nos plantamos allí dos minutos antes de la hora prevista para no hacer esperar al insigne pintor. Evaristo nos recibió con suma educación. A sus 80 años parecía conservarse en formol, con un rostro impertérrito, sin apenas arrugas. Tras la ronda de saludos, nos mostró su apartamento de las maravillas. Todo lo que allí se encontraba: cada cuadro colgado, cada revista abierta sobre una silla o cada caballete portador de un lienzo, había sido metódicamente organizado para la visita.
Evaristo nos esbozó algunos retazos de su pasado. Con tan solo 14 años fue a Benamargosa en bicicleta, cargando en el portamantas un puñado de pinceles, tubos de pinturas y un lienzo. Le daba apuro pintar en su pueblo, Vélez-Málaga, porque, al ser hijo de panadero, temía que los veleños de postín le crucificaran por tal osadía. En Benamargosa pintó su primer cuadro, que dejó secar en la casa de un vecino con la intención de regresar al día siguiente, hecho que ocurrió veinte años más tarde. Poco después, abandonó Vélez y se marchó a la meca del arte español en un camión de verduras con tan solo 300 pesetas. Una vez en Madrid, trabajó en una panadería, gracias a lo cual pudo matricularse en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. De noche amasaba pan y de día aprendía a dibujar. En poco tiempo Evaristo consiguió hacerse hueco en el mundillo y alcanzó cotas muy altas Pero esta es otra historia de la que hablarán los biógrafos oficiales.
Terminamos la visitación y nos fuimos a tapear a la freiduría La Cueva, cuyos dueños han bautizado un espacio del negocio como “salón evaristiano”, un adjetivo que dentro de poco será admitido por el diccionario axárquico.
A continuación, nos trasladamos a Nerja. Nuestra siguiente cita estaba fijada con el célebre artista Francisco Martín, escultor de la estatua de Alfonso XII y Chanquete en el Balcón de Europa o de la cabra montés en la reserva natural del Alcázar de Alcaucín, entre otras obras desperdigadas por la provincia. De origen almayateño, Paco es un hombre muy cordial, franco y sencillo, que nos trató con una calidez absoluta. Regenta el “Art Galery”, una galería en pleno centro del pueblo, sito, calle Pintada, cuyo edificio es del siglo XIX. Aquí se exponen más de un centenar de obras, la mayoría de su autoría, junto a otros autores como la rusa Svetlana Kalashnik. La triste noticia es que el edificio es propiedad privada y los dueños quieren demolerlo para construir una casa de nueva planta, acción que se ejecutará en breve. Por lo tanto, instamos a nuestros lectores a visitarla con urgencia.
Martín también es pintor. Sus dibujos son esquemáticos, de fondos rojizos o azulados, con pinceladas cursivas que dan movimiento y vigor a los paisajes. Los personajes que aparecen en sus cuadros a veces son pequeños trazos perdidos en un mar de soledad; en ocasiones, dibuja animales, ñus, elefantes, antílopes africanos, pero, sobre todo, su amado perro salchicha, que tristemente nos dejó y yace ahora en el valhalla de los cánidos.
Nos despedimos de Paco y, acto seguido, nos acercamos a la sala de exposición municipal de Nerja con la idea de visitar la exposición “Reflejos en la Deriva”, de los también artistas axárquicos Alberto Tarsicio, Javier Rueda y Pepe Gálvez. Pero inexplicablemente estaba cerrada.
El broche final de esta larga excursión fue conocer al artífice Óscar D. Márquez. Así que nos trasladamos a su estudio en el Tomillar. De mirada severa, aunque afectuosa, Óscar ha estado trabajando muchos años en Alemania, de familia hostelera, su vocación por la pintura la encontró bastante tarde, pero aun así ha adquirido una técnica maravillosa. Su pintura está viva, aclama ser desmigada por nuestros sentidos. En otras palabras, nos induce a perdernos en un sueño de colores infinitos.
Una vez finalizado el tour pictórico, Oscar nos preparó un banquete majestuoso a base de embutido ibérico, queso curado, castañas cocidas, chupito de salmorejo y aceitunas maceradas; todo esto acompañado de una botella de ribera del Duero de exquisita reserva. ¡Qué mejor manera que acabar en los brazos de Baco!