Recientemente hemos atravesado una de las pandemias más nefastas de los últimos tiempos. De hecho, todavía el recuerdo del coronavirus se cierne sobre nosotros como una pesadilla difícil de olvidar. Durante dos años ha habido un esfuerzo mutuo de la sociedad, de las instituciones y de la comunidad médica por combatir este agente invisible que ha dejado tantas víctimas a su paso. Cuando fue detectado allá en las postrimerías del 2019, los expertos lo comparaban con la mal llamada “gripe española” del pasado siglo. ¿Cómo afectó aquella gripe a las personas del pretérito? En el presente post vamos a hacer una síntesis de cómo la gripal ocurrida entre 1918 y 1919 afectó a Vélez-Málaga.
Era finales de mayo de 1918 y los primeros contagios surgieron en Madrid. Las autoridades políticas comprendieron que la enfermedad era ya una realidad. El mismo rey Alfonso XIII cayó enfermo el día 26, siguiéndole una suerte de personalidades como el ministro de Estado Eduardo Dato, el de Gracia y Justicia Conde de Romanones y el presidente del Congreso de los Diputados Santiago Alba. La primera oleada atacó primordialmente a la capital del país dejando 1500 fallecidos hasta junio, cuando la enfermedad comenzó a remitir.
Málaga fue afectada por la primera oleada de la primavera de 1918, pero en menor grado. Parece ser que los primeros contagios vinieron de la tripulación de dos buques de guerra anclados en el puerto. En los demás municipios los contagios fueron muy pocos y para finales de junio la enfermedad parecía haber menguado. Aunque lo peor estaba por llegar.
En cuanto bajaron las temperaturas en otoño la epidemia brotó con ferocidad, no habiendo ningún pueblo de Málaga que se librara de los contagios, al mismo tiempo que se empezaron a contabilizar las primeras muertes.
El 7 de noviembre la situación en Vélez-Málaga es alarmante con más de 700 contagios, un promedio de 35 a 40 “invasiones” (como así lo llamaban) por día. Una semana después el inspector provincial de Sanidad, el doctor Juan Rosado Fernández, se trasladó a nuestra ciudad para hacer una evaluación de la situación y tomar medidas. Tras reunirse con la Junta local de Sanidad, visitó iglesias, teatros, escuelas y la cárcel. El doctor Rosado puso en práctica un compendio de medidas profilácticas con la misión de combatir la gripe. En este sentido se encalaron y desinfectaron los edificios públicos de la ciudad, en especial el matadero público, la carnicería y la pescadería, pues se creía que en estos lugares el virus podría propagarse más fácilmente. Desinfectaron también el Hospital de San Juan de Dios y la Cárcel. Aislar a los enfermos fue una medida muy importante, pero, debido al carácter de protección familiar que existe en nuestra cultura, la mayoría se negaba a abandonar a sus queridos, convirtiéndose esto en un problema para los sanitarios.
El Ayuntamiento repartió hojas a la población veleña con normas de higiene personal y doméstica, esta última refiriéndose a la limpieza del hogar: aireación de las habitaciones, especialmente los dormitorios, los cuales debían ser desinfectados habitualmente; la basura debía ser sacada antes de pudrirse; también obligaron a los poseedores de animales domésticos a desinfectar a diario los corrales y establos y alejar los estiércoles.
La cuantificación de los enfermos fue otro punto clave, así que se instó a los médicos de la ciudad a que presentasen en la alcaldía un parte diario con el número de “invasiones”. Al mismo tiempo, se envió un telegrama al Gobernador Civil de la provincia para que enviase a Vélez medicamentos y desinfectantes, ya que carecían de recursos económicos.
El pánico se adueñó de los vecinos. Como ahora, antes también existía la fanfarronería, y vulgarmente a la enfermedad se le empezó a llamar “peste”, “cólera” o “tifus”. El doctor Martín Fernández de la beneficencia municipal de Madrid advirtió que se dejase de “alarmar a la opinión con noticias a todas luces insensatas, de las que en todo caso se desprende prejuicios graves generales, antes que ninguno particular”.
El 12 de noviembre la situación empeoró en Vélez, con 100 contagios diarios. La epidemia no hacía distinción de clase y muchas personas de familias pudientes veleñas fenecieron, entre ellas la mujer del industrial Tiburcio Andérica Dominguez, Elena Peris Rodríguez, con tan solo 32 años, dejando a cinco hijos de muy corta edad. Por entonces, la escisión social era enorme y, sin duda, los que más sufrieron fueron los obreros y las familias pobres, sin sustento para acudir al médico o comprar medicamentos. En la Villa, uno de los barrios más humildes de la ciudad, la epidemia causó estragos, falleciendo un gran número de vecinos.
A finales de diciembre la epidemia parece haber finalizado. El ayuntamiento formó una Junta de Socorro constituida por el alcalde José Romero de la Cruz (presidente de la Junta), y como vocales, Rafael de Uribe y Peláez (juez de instrucción), Juan Mateos Romero (párroco de San Juan), José Fernández Vallejo (párroco de Santa María), Ramón Gutiérrez Pérez (párroco de la iglesia de Torre del Mar); Domingo de Angulo y Goñi (registrador de la propiedad), Antonio Romero de la Cruz (hermano del alcalde y juez municipal) y tesorero Antonio Igualada Carrión (coronel retirado), empleando el único método de ayuda existente: la beneficencia, un parche que aliviaba pero no sanaba. Sin embargo, consiguieron recaudar 2.717 pesetas para las familias pobres. Los partidos republicanos y socialistas locales también hicieron sus donativos aparte.
En definitiva, es difícil cuantificar las muertes por la epidemia gripal en nuestra ciudad. Quizás si hiciéramos un estudio cuantitativo de las defunciones en el registro civil podríamos acercarnos a un número más o menos exacto. Lo cierto es que el virus fue fulminante y atacó muy rápido aquí. Siete semanas terribles que muchos jamás olvidaron.