Existe un lugar...

Existe un lugar donde la tolerancia entre razas, religiones y culturas está protegida por la ley; donde los transeúntes visten con sus trajes tradicionales, con sus túnicas o sus turbantes, o como quiera que vayan, y pasan desapercibidos, porque sencillamente nadie les juzga por ello. 

Existe un lugar donde la apología del racismo está fuertemente castigada por lo penal, y a los residentes, inmigrantes y expatriados se les nombra por la naturaleza, y nunca por el color de la piel o por la etnicidad. 

Existe un lugar donde todas las religiones se cogen de la mano, juntos conviviendo pacíficamente en un mismo espacio; ese espacio se encuentra en las universidades, en los hospitales o en ciertas barriadas; son las llamadas “chaplaincy”, y aquí, tanto musulmanes, judíos como budistas y cristianos rezan en armonía. 

Existe un lugar donde un “rastafari” puede llegar a ser un empresario, un conductor de autobuses, un profesor o cualquier cosa que se proponga sin ser marginado por sus “rastas”. 

Existe un lugar donde las personas, independientemente de su edad, sexo o condición, tienen igualdad de oportunidades laborales, y puedes ver en los supermercados a individuos sexagenarios ejerciendo la digna labor de cajero o cajera, o trabajando como dependiente o dependienta en una tienda de moda de una calle céntrica. 

Existe un lugar donde los vagabundos, indigentes o “homeless” tienen siempre un lugar donde dormir cómodamente y poder comer a diario. Este lugar no es una utopía, ni una película de ciencia-ficción, ni tampoco es un pasaje extraído de algún texto marxista. No. 

Este lugar existe. Estoy refiriéndome a los países europeos donde la tradición democrática y los derechos humanos están fuertemente arraigadas en el pasado. Reino Unido, Alemania, Suecia, Noruega, Austria cuentan con una mentalidad muy abierta, respetuosa e igualitaria en relación a los seres humanos. Por eso, es una pena que en España se den sucesos tan “incivilizados” como el caso de Dany, el chico africano que ha sido literalmente molido a palos mientras intentaba saltar la valla de Melilla, tras lo cual ha perdido un riñón y tiene medio cuerpo paralizado; o los casos de muerte por ahogamiento de aquéllas personas otras que intentaron cruzar la frontera de Ceuta a nado siendo acribillados con balas de goma. Esto sería inadmisible en otros países, además de ser un motivo de vergüenza. Pero aquí, en España, esto sucede muy a menudo, cual síntoma de una enfermedad crónica, y no alcanzamos a comprender que nosotros, los que vivimos en “el primer mundo”, tenemos parte de culpa: porque nos callamos cuando escuchamos a alguien decirle “moro” a un inmigrante; o sentimos el miedo absurdo sobre la creencia de de que ellos nos van a quitar el trabajo; o cuando nos negamos a protestar ante la acción desproporcionada de la Guardia Civil en la frontera... entonces, nos convertimos en cómplices de nuestra propia “incivilidad”.