Conversaciones con mi conciencia

- ¿Qué es un Muerto Viviente? - Me pregunta a menudo mi conciencia.

- Un Muerto Viviente es una persona ahogada por las preocupaciones económicas, - le contesto - un Muerto Viviente es aquélla que, desde el alba hasta el atardecer, sólo está pensando en el dinero y en lo material.

- Entonces, ¿un Muerto Viviente es todo individuo que usa el dinero y que consuma?

- No, exactamente. - subrayo antes de continuar - A lo que yo me refiero es al hecho de dar un punto de vista distinto a la existencia humana. Cuando vivimos en un sistema capitalista, ya desde edades tempranas, nos inculcan valores vinculados al consumo, a la competitividad y a la posesión de objetos, propiedades y recursos. Es más, en el tiempo en que l@s niñ@s llegan a la edad de ser adultos y deben de emprender el vuelo como individuos, justamente aquí comienza el crepúsculo del ser humano. El manual de las correctas maneras se basa en estudiar, tener una carrera, para conseguir un puesto meritorio en el mercado laboral; o aprender un oficio, mientras más cualificado mejor: más remunerado. Alcanzar tan arduo objetivo no es tarea fácil, ni mucho menos gratuita (ante la duda, que examinen los bolsillos de los padres de familia numerosa), así que durante, digamos, 17 años los jóvenes invierten su tiempo, esfuerzo y voluntad en llegar a una encrucijada en el que uno pueda elegir ser autosuficiente, y aquí está la trampa: ser autosuficiente, según el manual de las correctas maneras, es llegar a fin de mes con un sueldo más o menos cuantioso que nos permita poseer una suerte de bienes materiales.

- Pero, ¿el capitalismo no ha construido una sociedad de bienestar con igualdad de oportunidades? ¿Acaso no somos felices con lo que nos ofrece?- Inquiere mi conciencia.

- Verás, - afirmo con el ceño fruncido - el bienestar social se mide por la felicidad de las personas, y esto se mide, así nos han hecho creer, en función del poder adquisitivo que se tenga. El sistema nos obliga a pensar que si consumimos y podemos comprar tal o cual cosa, seremos más felices. Si los números de nuestra cuenta bancaria son siempre positivos, una sonrisa de oreja a oreja se dibujará en nuestro rostro; porque nunca sentiremos la angustia de no tener dinero. Seré más explícito. Como antes he referenciado, el/la joven que acaba los estudios salta a la palestra obteniendo un puesto de trabajo; entonces, sus siguientes objetivos serán comprar una propiedad (mientras más suntuosa mejor), un coche con todas las prestaciones, televisión LCD última generación, un iPhone 6, ropa de marca y caprichos varios; luego llegan l@s hij@s, que para muchos son una carga económica. A esto habría que sumar impuestos, facturas, tasas, hipotecas, Hacienda y un largo etcétera. Por lo tanto basamos nuestra existencia en consumir y pagar, pagar y vuelta a paga, de tal forma que vivimos ahogados por una angustia existencial cuyo eje central es el dinero. Más tarde, en el otoño de nuestra vida, llega la jubilación. Desde el presente hemos pensado en el futuro en relación a pagar un seguro de jubilación porque, de lo contrario, llegar a la vejez sin dinero podría ser un terrible desastre. Por eso, nos meten el miedo; el miedo a no tener dinero; miedo a ser pobres como aquéllos que salen en la televisión con los rostros macerados por la hambruna. Miedo a vivir en la miseria, a no tener ni para comprar pan. Y este miedo nos deshumaniza, liquida cualquier rasgo de solidaridad entre nosotros. Así que, para finalizar, ésta no me parece una manera correcta de vivir feliz.

- Entonces, ¿tú no eres un Muerto Viviente? - Me pregunta mi conciencia.

- No, por ahora; siempre intentaré evitar convertirme en uno de ellos, porque existen otras maneras diferentes de existencias, formas alternativas de vivir, sin tener que preocuparte únicamente por lo material. Quizás me tilden de utópico pero, en cierto modo, creer en las utopías me mantiene vivo. Y te aseguro, incorregible conciencia, que las utopías son posibles, empezando por uno mismo, y terminando por el resto del mundo. El cambio empieza dentro de uno mismo y, justo después, a cinco metros alrededor tuyo, que es la distancia que necesitas para usar tus manos... y tu voluntad para cambiar las cosas.